Por Oscar Vázquez C.
El amanecer en Mazatlán parece tener un brillo distinto cuando comienza la temporada de avistamiento de ballenas en Mazatlán. Entre diciembre y abril, el puerto se transforma en un escenario marino donde las gigantes del océano escriben su propio relato. Los pescadores dicen que el mar suena diferente, como si se llenara de historias antiguas que viajan con cada oleaje.
Cada invierno, miles de ballenas jorobadas llegan al Pacífico mexicano para aparearse y dar a luz. En su travesía, encuentran en Mazatlán una especie de refugio: aguas cálidas, corrientes suaves y una topografía submarina que amplifica sus cantos como si el océano fuera una enorme caja de resonancia. No es casualidad que en las últimas dos décadas más de ocho mil ballenas hayan sido registradas en esta ruta, acompañadas de delfines nariz de botella, lobos marinos y otras especies que habitan la costa sinaloense.
El viaje hacia su encuentro comienza temprano. Las embarcaciones salen desde el puerto rumbo al Mar de Cortés, navegando por la bahía y puntos emblemáticos de Mazatlán. A bordo, los visitantes esperan atentos cualquier movimiento en la superficie: un chorro de agua que rompe el silencio, un salto que corta el horizonte o un coletazo que deja huella en la espuma. Con ayuda de un hidrófono, los guías reproducen los cantos de las ballenas, sonidos que parecen convertir el mar en un universo propio.
La cercanía del puerto a la ruta migratoria permite que los recorridos sean más cortos y aumente la probabilidad de encuentros. La experiencia es acompañada por expertos que comparten datos sobre conservación, comportamiento y ecología marina. Operadores certificados, como el Museo Nacional de la Ballena (MUNBA), Onca Exploraciones y otros prestadores autorizados, garantizan prácticas responsables que protegen el ecosistema y promueven un turismo seguro.
En Mazatlán, el avistamiento no es solo una actividad turística; es una oportunidad para conectar con la vida marina y comprender la importancia de conservarla. El puerto reafirma su compromiso con un turismo sostenible que permita que estas historias continúen navegando durante generaciones.
Mientras la temporada avanza, visitantes y locales comparten la misma expectativa: escuchar nuevamente el canto de las ballenas y ser parte de ese mar de historias que cada año regresa al Pacífico.
